viernes, 7 de agosto de 2009

como Henrry Chinaski subiendo aquellas escaleras tras unas piernas de mujer en St. Louis

La vida es tan poco predecible...
Aquí sentada, en la cama de quién fué mi mejor amigo durante tantos años,
y que ahora es algo indescriptible con palabras.
Nadie lo entiende, ni siquiera yo, ni siquiera él.
¿Qué siento? ¿qué demonios es lo que yo siento?
Si no pienso en nada más allá que en cada instante que vivo,
entonces puedo decir que soy feliz, que me siento en paz y llena de alegria.
Pero al pensar en lo que viene, en el futuro, me invade la duda, acompañada de tristeza
y emoción. Sé lo que no quiero. No quiero volver a sentirme atada a nada ni a nadie.
Ser libre, independiente, y vivir miles de vidas en una. Porque vivir miles de vidas es lo que
me ha hecho ser tan feliz estos últimos meses. Es lo que me ha llevado a vivir esta
aventura con mi mejor amigo. Es lo que me ha llevado a conocer a gente excepcional.
A sentir que mi corazón explotaba de amor y agradecimiento. Y a pesar de la tristeza que
me produce dejarlo todo, a pesar de que se me antoja antinatural dar este paso
precisamente ahora, sé, con una increible certeza, que lo voy a hacer. Que voy a decir
adiós a todo lo que me llena. A todo lo que me invita a soñar. Porque quiero, como Henrry
Chinasky subiendo aquellas escaleras tras aquellas piernas de mujer en St. Louis, retener
todo esto, con este esplendor, para siempre. No dejar que se consuma, no dar lugar al
siempre inevitable tedio. Me voy. Les echaré demenos. Dolerá. Pero me voy.